No es la primera vez que se emprende la tarea de poner música a poemas de Emily Dickinson, pero la verdad es que otros intentos anteriores han resultado blandos e insustanciales. Sin embargo, Josephine Foster sale triunfante del empeño, consiguiendo reflejar la búsqueda de Emily Dickinson de una voz poética singular.
El principal logro de Josephine Foster en este su último disco, grabado en España, donde reside actualmente, es que consigue evitar la solemnidad opresiva de la obra de Emily Dickinson. Donde otros habrían entregado una colección de canciones pedantes y vanidosas, en este caso es como si Foster hubiera simplemente respirado las palabras de Dickinson y las exhalara de forma natural y sentida. El éxito de estas piezas no puede ser solamente atribuido a alguna conexión mística entre la poetisa y la cantante, sino especialmente a la claridad de visión de ésta. Lo que se ha propuesto conseguir, lográndolo plenamente, es expresar las emociones suscitadas por los poemas con una gran fidelidad y sinceridad.
La voz de Josephine Foster, pese a ser poco ortodoxa, alta y trémula, dirige su objetivo hacia una intensidad creciente, esforzándose por alcanzar un lenguaje del alma, haciendo suyas las emociones y sentimientos expresados en las letras. Este disco debe ser considerado como parte de un diálogo inacabado entre dos espíritus afines, Foster y Emily Dickinson.
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