Una escena musical bastante controvertida en cuanto que en su momento se la acusó de ser una mera estrategia comercial, diseñada por la discográfica Metro Goldwyn Mayer, que era la división musical de los famosos estudios de cine, y siempre se ha discutido la integración de las bandas que componían esta escena en un mismo sonido y movimiento. Incluso se ha cuestionado con mucha frecuencia su propia valía musical. Y ciertamente, no existía casi ningún elemento común, en cuanto a sonido y estilo, entre estas bandas que conformaron el Bosstown Sound, como no sea el hecho de proceder todas ellas de la ciudad de Boston, pero no son muchas más las similitudes, por lo que no se puede hablar propiamente de una escena cohesionada y unitaria. Poco tenían que ver los grupos entre sí, y también es verdad que todo ello formó parte de una campaña publicitaria masiva del sello discográfico anteriormente nombrado. Pero en los últimos años se han empezado a recuperar y revalorar algunas de estas bandas y discos, reconociendo el valor y la calidad musical que tienen en sí mismos, con independencia de la etiqueta que se les había colocado.
Una de las bandas más relevantes del Bosstown Sound fue The Beacon Street Union. Su primer single, "South End Incident" fue vetado en las emisoras de Boston por narrar un asesinato llevado a cabo durante un atraco, pero ello no impidió que el álbum que promocionaba, "The eyes of the Beacon Street Union", se mantuviera en las listas de Billboard durante 16 semanas, aunque únicamente alcanzara el puesto 75.
The Beacon Street Union se habían formado durante el verano de 1966, con John Lincoln Wright a la voz, Wayne Ulaky al bajo, Robert Rosenblatt al teclado y los instrumentos de viento, Richard Weisberg a la batería y Paul Tartachny a la guitarra. Consiguieron alcanzar una gran reputación como banda de directo y la mayoría de su material fue escrito por Ulaky y Wright, ambos ingleses.
La escena musical que acabaría conociéndose como The Bosstown Sound existía de forma embrionaria desde 1967, compuesta por un puñado de bandas de rock psicodélico que tenían como base principal de sus operaciones el club The Boston Tea Party, propiedad de Ray Riepen y que había abierto sus puertas el invierno anterior. Ésta era la sala donde actuaban los grupos locales underground y psicodélicos, y algunas otras bandas que visitaban la ciudad desde otros lugares de los Estados Unidos. Otros locales de conciertos eran The Psychedelic Supermarket, The Unicorn Coffee House y The Cambridge Electric Ballroom, cuyo dueño era George Papadopoulos, así como The Ark y The Catacombs.
En esta pequeña escena desembarcó el productor Alan Lorber, procedente de Nueva York, y que sería el artífice del Bosstown Sound.
Durante el verano de 1967 la atención mediática se centraba en San Francisco, gracias al éxito del festival de Monterey y de bandas como Jefferson Airplane, Grateful Dead y Big Brother and the Holding Company. Así pues, muchos productores y promotores estaban buscando otra ciudad donde se pudiera repetir el mismo impacto. Ésta era precisamente la intención de Alan Lorber cuando llegó a Boston, crear una escena musical que pudiera competir con San Francisco, y que además no tuviera las connotaciones contraculturales y subversivas que asustaban al gran público norteamericano. En este proyecto lograría que se involucrase el sello Metro Goldwyn Mayer, muy dispuesto a gastar una gran suma de dinero en promocionar este asunto para hincar el diente al lucrativo pastel de la industria musical.
Para ello no dudaron en pagar a importantes e influyentes revistas y periódicos como Newsweek, Time, Playboy y muchos otros para que incluyesen artículos elogiosos sobre el Bosstown Sound y los grupos que lo componían. Con lo que no contaban es que todo ello se volvería en su contra, porque no tardó en vérseles el plumero y esta serie de artículos y alabanzas, escritos sin una convicción auténtica, se parecían más a vulgares y embaucadores anuncios que a una crítica seria y rigurosa, por lo que el público entendido no tardó en posicionarse en contra de este movimiento, lo cual terminó perjudicando a todos los implicados.
En esta pequeña escena desembarcó el productor Alan Lorber, procedente de Nueva York, y que sería el artífice del Bosstown Sound.
Durante el verano de 1967 la atención mediática se centraba en San Francisco, gracias al éxito del festival de Monterey y de bandas como Jefferson Airplane, Grateful Dead y Big Brother and the Holding Company. Así pues, muchos productores y promotores estaban buscando otra ciudad donde se pudiera repetir el mismo impacto. Ésta era precisamente la intención de Alan Lorber cuando llegó a Boston, crear una escena musical que pudiera competir con San Francisco, y que además no tuviera las connotaciones contraculturales y subversivas que asustaban al gran público norteamericano. En este proyecto lograría que se involucrase el sello Metro Goldwyn Mayer, muy dispuesto a gastar una gran suma de dinero en promocionar este asunto para hincar el diente al lucrativo pastel de la industria musical.
Para ello no dudaron en pagar a importantes e influyentes revistas y periódicos como Newsweek, Time, Playboy y muchos otros para que incluyesen artículos elogiosos sobre el Bosstown Sound y los grupos que lo componían. Con lo que no contaban es que todo ello se volvería en su contra, porque no tardó en vérseles el plumero y esta serie de artículos y alabanzas, escritos sin una convicción auténtica, se parecían más a vulgares y embaucadores anuncios que a una crítica seria y rigurosa, por lo que el público entendido no tardó en posicionarse en contra de este movimiento, lo cual terminó perjudicando a todos los implicados.
El segundo álbum de The Beacon Street Union se tituló “The clown died in Marvin Gardens” y fue publicado en el otoño de 1968. El grupo tenía la intención de que fuese un disco conceptual, pero nunca dispusieron del tiempo y el dinero necesarios para llevar a cabo su objetivo. El sello Metro Goldwyn Mayer quería aprovechar el tirón del dinero invertido en la promoción de la banda y publicar cuanto antes la mayor cantidad de material posible, aunque no estuviese bien acabado. De este modo, el disco comienza prometedoramente con tres temas que reflejan bien el propósito de la banda, con un buen sonido con acompañamiento orquestal, pero el resto se rellenó con versiones y otros temas grabados por la banda hacía tiempo y que hubieran preferido no publicar. Entre ellos, una interpretación de 17 minutos de duración del clásico “Baby please don’t go” y una canción sobrante de su primer álbum, titulada “May I Light Your Cigarette”. Pero, sin duda, lo más destacable del álbum son los tres temas grabados específicamente para él, y en especial la canción que le daba título.
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